GUIA PARA VISITAR EL TEMPLO PARROQUIAL DE SAN FERNANDO.
ANTES DE COMENZAR, TRES REFERENCIAS IMPORTANTES.
PRIMERO. ALGUNOS DATOS SOBRE EL MOMENTO EN QUE SE CONSTRUYE EL TEMPLO.
Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo XX, la ciudad de Madrid vive una gran expansión para acoger a toda la población que recibe. Surge entonces la necesidad de construir nuevos templos para atender a los fieles que pueblan los nuevos barrios. La Diócesis de Madrid (en ese momento, Diócesis de Madrid-Alcalá) sale al paso de la situación a pesar de las dificultades: limitaciones de presupuesto, posibilidades de los terrenos de los que se dispone, etc.
La Parroquia San Fernando se erige, por decreto episcopal, el 29 de diciembre de 1960. El templo parroquial se diseña, algunos años después, en 1969. Su construcción se termina a comienzos de los años setenta.
Por otra parte, entre 1962 y 1965 tiene lugar el Concilio Vaticano II, que impulsa una actualización de la vida de la Iglesia. Entre otros objetivos, el Concilio Vaticano II busca presentar, en un lenguaje contemporáneo, una visión actualizada de la identidad y misión de la Iglesia en el mundo. Como fruto del concilio, en los años siguientes, se renueva la forma de celebrar la liturgia. Estas cuestiones afectan, directamente, al modo en que se diseñan los templos y los espacios donde las comunidades parroquiales conviven, trabajan y celebran.
Los arquitectos, escultores, vidrieros, etc. del postconcilio que trabajan en los nuevos templos buscan un lenguaje propio del momento histórico en el que viven. Desean explorar nuevas formas de expresión que no repitan, sin más, los modelos que se han reproducido en los siglos anteriores. Como vamos a ver, en el caso del templo parroquial de San Fernando, lo hacen inspirándose en la Creación, en la Revelación, y en la tradición artística cristiana. Asumen, como criterio, la veracidad de los materiales empleados: el ladrillo, el cemento, el metal, etc. no se esconden ni se disimulan. Además, quieren plasmar, materialmente, la gran densidad teológica propia de un templo cristiano. Y lo hacen con los medios limitados que tienen a su disposición, para lo que acuden a la simbología de la tradición artística cristiana.
SEGUNDO. EL TEMPLO COMO LUGAR DE ENCUENTRO CON DIOS.
Dios crea al hombre y le invita a un diálogo de amor para que el ser humano comparta su misma vida divina y llegue, así, a tener una vida plena como hijo suyo (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 2 ss.).
Dios habla al hombre por medio de la Creación, de la que el hombre es parte, y de la Revelación. La culminación de la Creación y de la Revelación es Jesucristo.
El la plenitud de los tiempos, Dios Padre envía a su Hijo al mundo para que los hombres puedan conocer su amor y participen de su misma vida. Por la Encarnación, el Hijo de Dios asume la naturaleza humana y, siendo la segunda persona de la Trinidad, se hace verdadero hombre. Tras su Pasión, Muerte y Resurrección, el Hijo asciende al cielo con el Padre, desde donde nos envía el Espíritu Santo. Surge así la Iglesia, como familia de los hijos de Dios.
Desde entonces, todo cristiano, como miembro de la Iglesia, tiene acceso al Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. El hombre, movido por el Espíritu Santo, responde al diálogo de amor que Dios le propone. Lo hace apoyándose tanto en el lenguaje divino que descubre en la Creación como en lo que Dios le ha manifestado mediante la Revelación.
TERCERO. EL CUADRADO Y EL CÍRCULO EN LA SIMBOLOGÍA CRISTIANA TRADICIONAL.
Desde hace muchos siglos, inspirada por el lenguaje de la Creación, en la simbología cristiana se han empleado dos formas básicas: el cuadrado y el círculo.
El cuadrado. Todo ser humano, puesto en pie en medio del mundo en el que desarrolla su vida, experimenta cuatro direcciones básicas: delante, detrás, derecha e izquierda. Por tanto, el número de direcciones relativas es cuatro. De ahí que las realidades humanas, de este mundo, se puedan representar con un cuadrado (si se hace en dos dimensiones) o con un cubo (si se hace en tres).
Un cuadrado, o un cubo, tienen aristas y esquinas. Son formas capaces de herir o hacer daño, algo que se corresponde con la experiencia del esfuerzo y el sufrimiento, tan habituales en la vida humana.
El círculo. Si el mismo ser humano mira al cielo por la noche descubre las estrellas, que parecen fijas en el cielo. Ese cielo, bajo el que se encuentra el mundo en el que vive, se presenta con la forma de media esfera. En ese sentido, se habla de la “bóveda del cielo”. De ahí que las realidades celestiales se puedan representar con un círculo (si se hace en dos dimensiones) o con una esfera (si se hace en tres).
El círculo, o la esfera, son formas suaves, perfectas, sin principio ni fin. A diferencia de lo que ocurre con el cuadrado o el cubo, no tienen aristas ni esquinas. De ahí que representen de forma adecuada las realidades infinitas, perfectas, en las que no existe esfuerzo ni dolor.
La combinación del cuadrado y el círculo como representación del misterio de Jesucristo. De acuerdo con la Revelación cristiana, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En él hay una sola persona, divina, con dos naturalezas, divina y humana.
Después de lo dicho sobre el cuadrado y el círculo, se comprende bien cómo, desde hace muchos siglos, en la iconografía y la arquitectura cristiana se han empleado estas dos formas básicas (cuadrado y círculo, o bien cubo y esfera) para representar la sagrada humanidad de Jesucristo. Por ejemplo, en la arquitectura del prerrománico (desde finales del siglo V hasta el siglo X) y del románico (desde finales del siglo X hasta mediados del siglo XII) se emplea esta referencia de forma evidente. Los movimientos arquitectónicos posteriores la siguen empleando aunque, a menudo, lo hacen de forma más estilizada y no tan evidente.
Es importante caer en la cuenta de que las paredes y las cubiertas con forma curva son más caras de construir que las que son rectas. De ahí que solamente se empleen en los templos que se han construido con un alto presupuesto.
Como veremos, en el templo parroquial de San Fernando se puede encontrar el cuadrado por todas partes. Sin embargo, el círculo está representado en los elementos que más aluden, desde el punto de vista simbólico, a Jesucristo: el altar, el ambón, la sede, la pila bautismal y la pila de agua bendita.
VISITA DEL TEMPLO
EXTERIOR DEL EDIFICIO.
La forma del edificio en el que se encuentra el centro parroquial de San Fernando recuerda a una tienda de campaña. Esta referencia tiene una rica raíz bíblica. El libro del Éxodo narra cómo el antiguo pueblo de Israel, que anticipaba proféticamente lo que iba a ser la Iglesia, peregrinó por el desierto durante cuarenta años hacia la tierra prometida. De forma análoga, la Iglesia, como pueblo de Dios, peregrina en la historia hacia el cielo.
La presencia de la Tienda del Encuentro (cf. Ex 33, 7-9) en el campamento del antiguo pueblo de Israel era el signo visible de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Ese signo anunciaba proféticamente lo que sería, en la plenitud de los tiempos, la presencia de Jesucristo Resucitado en medio de su pueblo, que es la Iglesia. De ahí que el edificio, inspirado en las tiendas que se usan para acampar en una peregrinación, aluda a esa presencia de Dios. El evangelio de san Juan dice que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
En la zona delantera del templo destaca la gran columna que sirve de sustento a la cruz de metal que preside el exterior del edificio. Tradicionalmente, en la arquitectura cristiana se han empleado los elementos verticales (como, por ejemplo, las torres) para expresar que en el templo se da la unión de lo alto (el cielo, Dios) con lo bajo (la tierra, los hombres). Merece la pena señalar que la columna se ha construido de tal forma que se puede ver, a lo largo de todo su cuerpo, una repetición del motivo del cuadrado y el cubo.
ATRIO.
El atrio es un espacio de transición entre el exterior de la calle y el interior del templo. Ofrece un ámbito físico objetivo donde se puede adaptar, gradualmente, la disposición de los fieles, tanto si se dirigen hacia el interior del templo como si salen de él y van a la calle. Además, el atrio ofrece un espacio de encuentro fuera del ámbito propiamente sagrado del interior del templo.
Si desde dentro del atrio se mira su techo, es fácil ver que tiene una planta cuadrada, subdividida en cuatro zonas. Tres de ellas están unidas, y forman una zona de tránsito. La cuarta está vallada, y tiene una finalidad de ornato y ambientación espiritual. Gracias a las plantas, en la zona vallada se da una presencia testimonial de la naturaleza.
Por otra parte, la pequeña imagen del Sagrado Corazón de Jesús, situada sobre una columna, cumple una doble función. Por una parte, hace presente la síntesis teológica y espiritual propia de esta advocación que, como se verá, tiene una relación directa con toda la simbología del templo. En Jesucristo, Dios ama a cada ser humano con un amor que es, a la vez, humano y divino. Por otra, recuerda el hecho histórico de que en 1919, el 30 de mayo (día de la fiesta litúrgica de san Fernando), España fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús en el santuario del Cerro de los Ángeles.
En el atrio hay seis pares de puertas dobles que, en total, suman 12 puertas. El 12 es un número con una gran carga simbólica en la Biblia. Es el número de las tribus del antiguo pueblo de de Israel, y el número de los apóstoles, sobre cuyo fundamento se erige el nuevo y definitivo Israel, que es la Iglesia. En el libro del Apocalipsis, la Jerusalén celestial, imagen del Reino de Dios definitivo, tiene 12 puertas (cf. Ap 21,12). Por tanto, es sencillo asociar el número de puertas del templo parroquial con las de la Jerusalén celestial: “Esta es la morada de Dios con los hombres” (Ap 21, 3).
Por otra parte, en cada una de las hojas hay 3 casetones cuadrados, en horizontal, y 10, en vertical. Eso suma, en cada conjunto de puertas dobles, 12 casetones en horizontal. Se repite, de nuevo, el número 12. Además, aparecen otros dos números de gran fuerza simbólica en la tradición cristiana: el 3 y el 10. El 3, se asocia inmediatamente a la Santísima Trinidad y a la Resurrección de Jesucristo al tercer día. El 10 se asocia al decálogo, los diez mandamientos, que Dios dio a su pueblo en la antigua alianza (Ex 20; Dt 5) y que Jesucristo lleva a plenitud en la constitución de la nueva y definitiva alianza.
Finalmente, los casetones de las puertas en los que están los tiradores están revestidos con un relieve metálico. En esos relieves que se descubre una forma circular, enmarcada por el cuadrado del casetón; y dentro de la forma circular hay una cruz. De esa forma se alude al misterio de Jesucristo. Recuérdese lo dicho antes sobre la combinación del cuadrado y el círculo. El motivo empleado es el mismo que se ha usado en los soportes de las velas del altar de la nave principal.
Entre los dos juegos de puertas dobles que dan acceso a la nave principal del templo se encuentra la imagen de san Fernando, santo titular de la parroquia. Forma parte de la tradición cristiana poner las parroquias bajo la protección de un santo. De esa manera, la Iglesia encomienda a ese santo el cuidado y protección de la comunidad parroquial. A la vez, se ayuda a los fieles a buscar la intercesión y ayuda del santo titular de su parroquia.
La imagen de san Fernando lo representa como rey. En 1217, cuando tenía unos 18 años, san Fernando heredó a través de su madre, Berenguela de Castilla, la corona del reino de Castilla. En 1230 heredó a través de su padre, Alfonso IX de León, la corona del reino de León. En la túnica están representados los emblemas de ambos reinos: el castillo del reino de Castilla, y el león rampante del reino de León.
San Fernando está sentado en su trono real. Como rey, lleva sobre la cabeza una corona sencilla. En la mano derecha sostiene el globo del mundo, símbolo que representa el poder temporal que ejerció. Con la mano izquierda sujeta una espada que apunta hacia abajo, símbolo que representa el oficio de las armas con el que defendió a los cristianos de quienes los perseguían. El hecho de que la espada apunte hacia abajo significa que fue un rey de paz que solamente usó la fuerza en legítima defensa de aquellos que tenía encomendados.
NÁRTEX.
El nártex es un segundo espacio de transición. En el edificio de San Fernando el nártex es pequeño. Sin embargo, su techo bajo permite experimentar con facilidad una sensación de tránsito, de atravesar un “túnel” entre el exterior y el interior. La notable diferencia entre la altura de las cubiertas atrio y el techo del nártex, y entre el techo del nártex y la cubierta de la nave principal, contribuye, de forma eficaz, a lograr el efecto de transitar a un ámbito distinto.
Por otra parte, la presencia de dos juegos de puertas, al comienzo y al final del nártex, cumple una función práctica al facilitar el aislamiento térmico y acústico de la nave principal.
NAVE PRINCIPAL.
Planta y distribución. La nave principal tiene planta cuadrada. En una de sus esquinas, la opuesta a las puertas de acceso, se ha situado el presbiterio. El presbiterio es el ámbito donde se realizan las acciones centrales de la celebración litúrgica. Está elevado respecto al resto de la planta. Merece la pena señalar que, siguiendo una larga tradición de la arquitectura cristiana, hay tres escalones de separación entre el presbiterio y el espacio destinado a la asamblea.
Los bancos están dispuestos en cuatro filas, en forma de abanico. Con esta distribución se busca una mayor cercanía física de los fieles al presbiterio. En su conjunto, la disposición de la asamblea está orientada hacia el altar, situado en el centro del presbiterio.
Orientación. De acuerdo con una antiquísima tradición, los templos cristianos se orientan hacia el este. El sol amanece por el este y, desde el comienzo de la vida de la Iglesia, este signo natural se asoció a la Resurrección de Jesucristo. Sin embargo, en san Fernando la oración de la asamblea está orientada hacia el noreste. Cuando no es posible (o conveniente) orientar un templo hacia el este, la orientación de la oración de la Iglesia hacia Jesucristo resucitado se puede expresar empleando otros medios. En San Fernando se han empleado dos recursos: la arquitectura, y la imagen del Jesucristo en majestad.
En primer lugar, la cubierta de la nave principal está dispuesta, en bajada, hacia la esquina en la que se encuentra el presbiterio. Sin embargo, sobre el altar, en la cubierta se abre un lucernario que deja pasar la luz solar. Recuérdese que, en la simbología cristiana, la luz está asociada a la gloria. De esta manera, con la cubierta en bajada, se alude al misterio de abajamiento del Verbo (cf. Flp 2, 6-9) y, con el lucernario, se alude a su exaltación (cf. Flp 2, 9-11) y al don del Espíritu Santo en Pentecostés. Es sobre el altar donde se actualiza, en la celebración de la santa misa, ese misterio de amor.
En segundo lugar, la imagen de Cristo en majestad (cf. Ap 4), coronado como Rey del universo, que bendice con la mano derecha y muestra la palabra de vida en la mano izquierda. Sobre el códice que representa esa palabra están escritas las letras griegas alfa y omega. En el libro del Apocalipsis, Jesús se identifica como el Alfa y la Omega (cf. Ap 1, 8). Este título cristológico aparece otras dos veces en el Apocalipsis (cf. Ap 21,6; 22,13). Jesús se identifica como el que está en el origen y en el destino de toda la realidad creada. “Todo ha sido creado por él y para él” (Col 1, 16). Toda la vida de la Iglesia está orientada hacia Jesucristo, representado en majestad como Rey del universo y Rey de reyes (cf. Ap 19,16; 1 Tm 6,15). Él es el horizonte hacia el que peregrina el pueblo de Dios.
Conviene señalar que la tipografía de las letras alfa y omega que aparecen en el libro que sostiene la imagen de Jesucristo en majestad, es la misma que se ha empleado en el frontal del sagrario. De esa manera se indica que el que ha de venir al final de los tiempos es el mismo que ya está presente, entre nosotros, bajo las especies eucarísticas.
Cubierta. Tal y como se ha dicho, la cubierta está inclinada, en bajada, hacia el presbiterio. Está sustentada por una estructura, en forma de trama, compuesta por siete grandes cerchas, de oeste a este, que se cruzan con otras siete, de norte a sur. El resultado del entramado de vigas genera, en la cubierta cuadrada, un dibujo de sesenta y cuatro pequeños cuadrados, ocho por cada lado.
El número 7 en la Biblia, a menudo, tiene un valor simbólico: representa la plenitud. Está asociado, entre otras cosas, a los días de la Creación, tal y como lo narra el libro del Génesis (cf. Gn 1). Por su parte, el número 8 está asociado al octavo día de la creación. En el octavo día, el domingo de la Resurrección de Jesucristo, Dios comienza la nueva Creación. De ahí que se pueda ver, en la cubierta de la nave principal, un signo que recuerda al fiel que, al entrar en el templo y participar en la liturgia, ya está participando, por la vida de la gracia, en la realidad de la nueva Creación.
Es importante recordar que, en la Biblia, cuando se combinan dos o más números que significan una plenitud (por ejemplo, el 7, el 10 ó el 12) el resultado expresa una plenitud de plenitudes. Por ejemplo, en Mt 18, 15-22, Jesús exhorta a perdonar hasta 70 veces 7. Otro ejemplo significativo es el del Apocalipsis (cf. Ap 7, 3-8; 14,1.3-5) cuando aparece el número de los elegidos: 144.000 (ese número es el resultado de multiplicar 12, por 12, por 10, por 10, por 10). Por tanto, en la cubierta de la nave principal, el resultado de multiplicar 8 por 8 expresa la plenitud del octavo día.
Presbiterio. Tal y como ya se ha dicho, el presbiterio es el ámbito donde se realizan las acciones centrales de la celebración litúrgica. En el presbiterio hay tres elementos que representan a Jesucristo desde el punto de vista de la simbología del espacio arquitectónico. Esos elementos son el altar, el ambón y la sede.
– El altar es la mesa donde se celebra el sacrificio de la santa misa. Representa, espacialmente, a Jesucristo Sacerdote y Víctima. Sus cuatro lados están decorados con trazos verticales, que le dan textura, y pequeños motivos geométricos, entre los que se pueden ver pequeñas cruces enmarcadas en círculos. Esta decoración se encuentra también en la pila bautismal, así como en el retablo y el altar de la capilla del sagrario.
– El ambón es el atril desde el que se proclama la Palabra de Dios y, en ocasiones, se predica o se dirige la oración de los fieles (también llamadas “preces”). Representa, espacialmente, a Jesucristo Profeta.
– La sede es el asiento del ministro que preside las celebraciones. Representa, espacialmente, a Jesucristo Rey y Buen Pastor.
Es importante señalar que los tres elementos (altar, ambón y sede) vistos desde arriba, tienen forma cuadrada y que, en la parte superior de los tres elementos, hay un adorno hecho con una hilera de formas circulares. Se expresa así la unión del cuadrado y del círculo como expresión del misterio de Jesucristo. Estos tres elementos están vinculados, por su simbología, a Jesucristo, quien es verdadero Dios (realidad expresada mediante la forma circular) y verdadero hombre (realidad expresada mediante la forma cuadrada).
El altar, la sede y el ambón, son los únicos elementos de todo el templo, junto con la pila bautismal, la pila de agua bendita, el sagrario y las vidrieras, que incorporan, de forma evidente, elementos circulares.
Sobre el altar hay un lucernario, abierto directamente sobre el techo. Tiene forma cuadrada, al igual que el altar, y tiene las mismas dimensiones que el altar. A vista de pájaro, el lucernario y el altar están uno sobre el otro, pero los dos cuadrados no están sobrepuestos: entre ellos hay un ángulo de 45 grados. Por ello, vistos desde arriba, los cuadrados del altar y el lucernario forman una estrella de 8 puntas, en cuyo interior hay un octógono. Se puede ver en esta forma geométrica una nueva alusión al octavo día, tal y como se comentó antes al hablar de las cubiertas. El lucernario, del que está suspendido el crucifijo que preside el altar, está dividido en 8 triángulos iguales.
En la cruz que preside el altar tienen el mismo tamaño el palo vertical y el travesaño horizontal. La longitud de ambos es la del ancho del altar. La sección de ambos tiene la misma forma que la cruz. Ese diseño se repite en las catorce cruces del vía crucis que marcan las estaciones de esta oración. Las catorce cruces están distribuidas por las paredes sur, este y norte, y culminan en la imagen del Resucitado.
La cruz que preside el altar está hecha con metacrilato. Ese material solamente se ha empleado en la cruz del altar y en la pila de agua bendita. Es un material distinto a los otros usados en el templo, lo que indica la relevancia especial de los elementos elaborados con él.
En el presbiterio hay varias imágenes. Representan algunos de los misterios más importantes de la vida del Señor. Recuérdese que el fondo del presbiterio de un templo es la zona simbólicamente asociada a la gloria del cielo. De ahí que sea el lugar donde se representan los misterios de la historia de la salvación o a los santos que, al estar ya en el cielo, participan de la gloria de Dios.
A la derecha está situada la imagen de la Virgen María con el niño Jesús en brazos. Representa los misterios de la infancia del Señor, la maternidad divina de santa María, y la maternidad espiritual de santa María sobre todo cristiano, en particular, y sobre todo el cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, en general.
Sobre el altar hay un crucifijo. Recuerda que en la celebración de la santa misa se actualiza el sacrificio de su muerte y resurrección.
A la izquierda, sobre la pared norte, está representado Jesucristo resucitado.
Al fondo del presbiterio se encuentra la imagen de Jesucristo en majestad, de la que ya se ha hablado.
Merece la pena señalar que por medio de las imágenes, en el presbiterio, se representan varios de los dogmas de fe que el Credo de la Iglesia católica recoge sobre Jesucristo:
“(…) que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin” (del Credo niceno constantinopolitano).
Entre la imagen del Resucitado y la de Jesucristo en majestad, se encuentra la imagen de San Fernando, santo titular de la parroquia. Se le ha representado de pie, ante la majestad de Jesucristo, Rey de reyes. Los símbolos con los que se le representa son similares a los de la imagen de la entrada, que ya se han descrito. Cabe destacar la cruz que lleva sobre el pecho.
Bajo relieve de San Fernando. Sobre la pared este, se puede ver un bajo relieve compuesto por varias imágenes significativas en la vida de san Fernando. En la parte baja del bajo relieve se pueden leer dos sentencias atribuidas al santo.
En la parte superior hay cuatro imágenes. En las esquinas izquierda y derecha están representadas, respectivamente, las catedrales de León y Burgos. San Fernando impulsó la construcción de la catedral de León, ya comenzada durante el reinado de su padre, e inició la construcción de la catedral de Burgos. Las dos imágenes centrales están dedicadas a la Parroquia de San Fernando y a la custodia del Santísimo que se usaba en la parroquia en el momento de la elaboración del bajo relieve. La custodia aparece sujetada por dos ángeles.
San Fernando destacó por su piedad eucarística en un momento histórico en el que no era común. De ahí que, a la derecha de la parte baja, se le represente en adoración, dejando a los pies de Jesús sacramentado, sobre un cojín, los atributos que le caracterizan como rey: la corona, el globo del mundo (signo del poder temporal) y la espada. A la izquierda de la parte baja, san Fernando es representado sirviendo la cena de Jueves Santo a un grupo de pobres. Se trata de una tradición que él inauguró en la casa real española y que estuvo vigente hasta tiempos del rey Alfonso XIII. La representación está claramente inspirada en el cuadro de Antonio Casanova y Estorach que se conserva en el Museo del Prado. En el centro, sobre una columna, hay una imagen de la Virgen María con el niño Jesús en brazos. San Fernando fue un gran devoto de la Madre de Dios durante toda su vida.
Pila de agua bendita. La pila de agua bendita está situada cerca de la entrada. El uso de agua bendita para santiguarse al entrar en el templo es un sacramental. Por otra parte, ayuda a los fieles a recordar que, en su día, entraron en la Iglesia (representada por el edificio) mediante el agua del bautismo y la señal de la cruz con la que fueron signados en su bautismo.
La pila de agua bendita tiene forma circular y está enmarcada dentro de un metacrilato con forma cuadrada. Refleja la disposición de la pila bautismal que, como veremos, tiene forma circular y está situada en el centro de una capilla de planta cuadrada.
Sobre la pila de agua bendita está representado el Buen Pastor. El salmo 22 (“El Señor es mi Pastor, nada me falta…”) es conocido como “el salmo del Buen Pastor”, y es el salmo bautismal por excelencia. Desde tiempo inmemorial la Iglesia lo ha proclamado en los bautizos. Si la cultura audiovisual moderna hace que se asocie más bien a los funerales, es porque, en los funerales, la Iglesia proclama que, el que ha fallecido, fue introducido sacramentalmente, por el bautismo, en la vida eterna.
La parte superior de la imagen del Buen Pastor está adornada con el mismo motivo de los círculos que se han empleado en el altar, el ambón y la sede. Su uso tiene la misma intención simbólica.
Vidrieras. En la nave principal hay dos vidrieras, a las que se suma la que cubre la pared este de la capilla bautismal. Las tres se han realizado en un estilo abstracto, no figurativo. Sin embargo, es posible proponer una interpretación de lo que representan.
En la pared sur, con forma triangular, se ha representado un movimiento de izquierda a derecha. De la oscura realidad, representada a la izquierda, surge una forma circular, hecha de esa materia oscura, que se adentra en un ámbito luminoso situado a la derecha. En la iconografía tradicional cristiana, la luz y los tonos dorados se asocian a la divinidad. Tal y como se dijo antes, las formas circulares también se asocian a lo divino. De ahí que se pueda interpretar lo plasmado en la vidriera como una representación de la creación o de la historia de la salvación: la realidad creada es introducida en la luz de la existencia y la comunión con Dios.
En la pared oeste, con forma rectangular, se ha representado un movimiento ascendente. De la oscuridad de lo que está abajo surge una realidad luminosa desbordante que atraviesa, abriéndolas, tres formas que tienen un color, cada vez, menos oscuro. De acuerdo con lo dicho sobre la vidriera anterior, se puede interpretar como una representación de la Resurrección del Señor, al tercer día, o bien de la nueva creación, los cielos nuevos y la tierra nueva de los que habla el Apocalipsis (cf. Ap 21,1), anunciados por Isaías (cf. Is 65, 17).
Ladrillos. Un detalle que puede parecer menor y que, con facilidad, pasa desapercibido, es la disposición de los ladrillos. En todas las paredes de la nave principal los ladrillos están dispuestos de forma horizontal, salvo en aquellos lugares en los que se indica un espacio en el que se da un encuentro objetivo con lo divino. En esos lugares los ladrillos se disponen de forma vertical. De esta forma se indica, con la arquitectura, que el encuentro es objetivo, es decir, que sucede realmente aunque no vaya acompañado de una emoción subjetiva del fiel.
Así, los ladrillos verticales situados sobre las entradas del templo, recuerdan que, al entrar, el fiel se ha adentrado en un ámbito sagrado. Recuérdese lo dicho sobre las cubiertas y el octavo día. De forma similar se encuentran ladrillos dispuestos verticalmente en todo el presbiterio, en el acceso a la capilla bautismal, y en el acceso a la capilla del sagrario, donde se custodia la reserva eucarística.
CAPILLA BAUTISMAL.
Al igual que la nave principal, la capilla bautismal tiene planta cuadrada. En su centro está situada la pila bautismal, de planta redonda. Recuérdese lo dicho anteriormente sobre la forma de la pila de agua bendita, y sobre la simbología del cuadrado y del círculo.
Para acceder a la pila bautismal es necesario descender un escalón. Ese elemento tiene una larguísima tradición en las pilas bautismales antiguas. El descenso (y posterior ascenso, tras el bautizo) remite simbólicamente a la muerte y resurrección de Jesucristo. Por el bautismo el cristiano es asociado sacramentalmente al misterio de muerte y resurrección de Jesús. Como dice san Pablo en su carta a los romanos: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4).
Alrededor de la pila bautismal se encuentran las palabras rituales con las que se celebra el sacramento del bautismo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
La pared este de la capilla bautismal está completamente cubierta por una vidriera. Para interpretar lo que se representa en ella es necesario traer a colación dos cosas.
En primer lugar, recuérdese que, por el sacramento del bautismo, el cristiano es vinculado, de forma indisoluble, al Hijo (Jesucristo) como hermano y miembro de su cuerpo místico (la Iglesia). Al ser hermano de Jesucristo, que es el Hijo del Padre, el cristiano recibe la filiación divina adoptiva y es hecho hijo de Dios. Además, al ser incorporado a esa relación paternofilial, entre el Padre y el Hijo, el cristiano se convierte en templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y es la relación de amor entre el Padre y el Hijo.
En segundo lugar, recuérdese lo dicho anteriormente sobre cómo las formas circulares se asocian a lo divino, y cómo el color dorado, en la iconografía cristiana tradicional, se asocia a la divinidad.
A partir de lo dicho, es posible interpretar la vidriera como una representación del misterio del bautismo. En ella se plasma la unión de dos ámbitos, el superior y el inferior, separados por una franja que divide claramente la vidriera en esas dos zonas. En la historia del arte hay muchos ejemplos de representaciones similares de este tipo de composición, que suele denominarse “un rompimiento de gloria”. En el círculo dorado de la parte superior se puede ver representado al Padre. En el círculo blanco de la parte inferior se puede ver representado a Jesucristo, a quien es asociado el cristiano por el bautismo. Y en las dos líneas verticales que unen al Padre y al Hijo, se puede ver representado al Espíritu Santo. Del Padre surge un movimiento en forma de uve invertida que le une con el Hijo y a aquellos que, por el bautismo, son incorporados al Hijo.
En la capilla bautismal hay dos imágenes de bulto: un crucifijo y una imagen de la Virgen María con el niño Jesús en brazos. El crucifijo alude a lo dicho antes sobre el bautismo como asociación a la muerte y resurrección de Jesucristo. Por su parte, la imagen de la Virgen María en la capilla bautismal recuerda su maternidad espiritual sobre cada uno de los bautizados. Llama la atención la simplificación en las formas que ha buscado el escultor. La imagen de la Virgen María tiene el pelo recogido en un moño, algo poco habitual en las representaciones de la Madre de Dios. El niño Jesús, por su parte, tiene las manos dentro de la túnica. Al extender los brazos, la túnica adopta una forma que alude a la cruz. La austeridad en los detalles es compensada por la dulzura de los rostros de la madre y el niño.
CAPILLA DEL SAGRARIO.
Al igual que la nave principal y la capilla bautismal, la capilla del sagrario tiene planta cuadrada. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en la capilla bautismal, la cubierta de la capilla simula un techo a cuatro aguas, lo que refuerza su identidad como espacio con una función específica. La capilla del sagrario, como su nombre indica, alberga la reserva eucarística en el tabernáculo. Además, sirve como capilla para las celebraciones con menor asistencia de fieles.
A diferencia del presbiterio de la nave principal, el presbiterio de la capilla del sagrario tiene un retablo. Su color dorado, tal y como ya se ha dicho, está asociado a la gloria y la divinidad en la iconografía cristiana tradicional. El color dorado y las líneas verticales pueden aludir a un trigal. Esas líneas generan un dinamismo ascendente (recuérdese lo dicho sobre la disposición de los ladrillos en las paredes). Existen también trazos horizontales que equilibran la composición y que pueden aludir a un horizonte. En el retablo se pueden encontrar pequeñas formas redondeadas, con una cruz dentro y unidas entre sí. Pueden aludir a uvas unidas en racimos. También hay pequeñas formas cuadradas, unidas entre sí, que pueden aludir a las espigas del trigal. Recuérdese que, en la capilla del sagrario, se está en un entorno especialmente eucarístico y que, para celebrar la eucaristía, se emplean pan de trigo y vino de uva.
En el retablo hay dos hornacinas. La de la izquierda está flanqueada por las palabras latinas “Ave” y “María”, tomadas del relato de la Anunciación del evangelio según san Lucas (cf. Lc 1,28). El escultor ha empleado una combinación de letras mayúsculas y minúsculas, antiguas y modernas. En esa hornacina hay una imagen clásica de la Virgen María que la representa, a la vez, como la Inmaculada Concepción, la Asunción, y la mujer del Apocalipsis (“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies”: Ap 12, 1). En la hornacina derecha hay una imagen de san José con el niño Jesús. Dios le encomendó a san José que cuidara a Jesús como padre adoptivo y que fuera su custodio.
En el centro del retablo se encuentra el sagrario, que tiene forma de cubo. El frontal del sagrario, de forma cuadrada, tiene en el centro las letras griegas “Alfa” y “Omega”, enmarcadas por un recuadro de pequeñas cruces. Recuérdese lo dicho antes sobre esta cuestión al hablar de la imagen de Jesús en majestad: “Alfa y Omega” (cf. Ap 1,8) es una denominación que Jesús se aplica a sí mismo en el Apocalipsis. El que está representado en la imagen del fondo del presbiterio de la nave principal es el mismo que está presente, bajo las especies eucarísticas, en el sagrario.
El frontal del sagrario está decorado con motivos geométricos y dibujos, con forma circular, que parecen inspirados en flores o estrellas, y que están enmarcados dentro de cuadrados.
Delante del sagrario está el altar de la capilla. Es dorado, como el altar del cielo, tal y como lo describe el Apocalipsis (cf. Ap 8,3). Está decorado con motivos similares a los del altar del presbiterio de la nave principal. En la parte delantera tiene un crismón, signo cristológico formado por dos letras griegas mayúsculas: una “Chi” (parecida a una “X”) y una “Rho” (parecida a una “P”). En griego son las dos primeras letras de la palabra “Cristo”.
ZONA PENITENCIAL
En su parte de atrás, la capilla del sagrario está unida a la zona penitencial, donde se encuentran las capillas penitenciales o confesionarios. Dentro de los confesionarios es donde se celebra, normalmente, el sacramento de la confesión, también llamado del perdón o de la reconciliación.
Esta zona tiene una planta rectangular y un carácter muy funcional. En las puertas de los confesionarios hay unas cruces que recuerdan el carácter sagrado de las capillas penitenciales o confesionarios. Cada una de ellas está presidida, por dentro, por un crucifijo.
AUTORES DE LAS OBRAS
Arquitecto: don Luis Cubillo de Arteaga (1921-2000).
Vidriero: don Arcadio Blasco Pastor (1928-2013).
Escultores.
Don José Luis Sánchez Fernández (1926-2018). Es el tercer miembro, junto con los dos autores anteriores, del primer equipo que trabajó en la construcción del centro parroquial. Suyos son la imagen de San Fernando del atrio, los embellecedores de los tiradores de las puertas del atrio. En la nave principal realizó todo el trabajo escultórico del altar, la sede y el ambón, así como las bases de las velas del altar y las estaciones del vía crucis. En la capilla bautismal, son suyos la pila bautismal, la imagen de la Virgen María con el niño, y el Cristo del crucifijo de la capilla bautismal. Finalmente, en la capilla del sagrario, realizó el altar, el retablo y el sagrario.
Don Javier Tudanca, en 2014, realizó la imagen del Buen Pastor (en la pila de agua bendita), el Cristo resucitado (a la izquierda del presbiterio), y el bajo relieve de san Fernando (en la pared este de la nave principal).
La imagen de San Fernando (a la izquierda del presbiterio), es una reproducción autorizada, y ligeramente modificada, de una obra que está en la capilla del obispado de Ávila. La obra original que está atribuida a un escultor llamado Salas, que trabajó en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.
La imagen de Jesucristo en majestad (al fondo del presbiterio) es una reproducción, autorizada y ampliada, de una obra original de don Juan José Ronco Villa.